viernes, 5 de enero de 2007

Desierto glacial: Ad portas



Dos sombras se desplazan hacia un helado bosque hiperbóreo. Caminan a través de una leve tormenta de nieve. Se alcanza distinguir las silueta de una mujer cubierta con un manto de piel blanco, le acompaña un hombre con armadura. A duras penas avanzan hasta la entrada. Con una voz que sonó casi grotesca ante la suave melodía del viento, el hombre de la armadura violó el silencio:

-Vaya, hace frío acá-
-Me gusta. Es silencioso-
-Cuando dijiste que ibas a un desierto imaginaba algo más cálido. Mucho más cálido-
-Bueno, no. Este es el desierto que quiero. Sólo los árboles acá se atreven a sobrevivir. Son muy pocos los seres que en pleno invierno se atreven a permanecer despiertos. No hay vida casi, sólo este manto helado.-

El hombre de la armadura calló. Tenía un rostro inexpresivo, aunque disimuladamente escondió una lágrima que se estaba cristalizando en el pómulo. Luego miró a su acompañante e intentó esbozar una sonrisa. No pudo, tenía entumecido el rostro...

Se despidió de ella con un beso en la mejilla. La miró por segunda vez, aunque esta vez ella no correspodió a sus ojos. Para sus adentros pensó que el el frío la hacía ver más bella. Tal vez era la palidez de su rostro. Le hacía ver más altiva que de costumbre. Ya no sonreía y sus ojos llameaban con una solemnidad mortal. Sacudió la cabeza y se quedó mirando cómo ella se internaba en su desierto. Los músculos de su brazo derecho se sacudieron en un intento reprimido de detenerla.

-Sí, ya sé que si ella vino hasta este paraje no debo detenerla ni estorbar en su camino-

Pensativo se quedó contemplando la senda por dónde ella había desaparecido hace unos minutos. Pensó que tal vez se devolvería. Hizo un espasmo por tan ingenua ocurrencia y empezó a alejarse. Caminó a paso rápido como siempre lo hacía cuando quería esfumarse de algún lugar de manera furtiva. Pero una llama se encendió en su rostro y paró en seco. Sonrío al fin, desprendiéndose una delgada capa de escarcha que le cubría el rostro...

Volvió al lugar dónde había dejado a aquella ilustre dama y sacando su espada la enterró en el suelo. Aún sonreía.
Permaneció de rodillas apoyado del pomo y lo último que brotó de sus labios fue un suave hilo de voz:

"Te esperaré..."

5 comentarios:

Sir Roque del Blanco Árbol dijo...

que esas ultimas palabras del noble caballero no se demoren tanto en cambiar por un "que tal, vamos", donde el frio de la espera cambia por la calidez del amor y de la aceptacion de lo que siempre debio ser, ella volvera, feliz sea en la espera y en el recibimiento, no siempre lo que uno espera es el amor de la vida, suerte.

Bastis dijo...

Las esperas son tortuosas desde mi punto de vista, quizás por la impaciencia (denominada un gran defecto por varios), pero el frío no es grato para nadie, por más que te propongas a soportarlo ferviertemente... esperanzas por ello existen de que el invierno termine, solo es una estación, no?. Me gustó su publicación iluste Orion, además hace tiempo que no lo veía por aquí. Gracias por su post, no es de los "típicos discursos".

Anónimo dijo...

muy interesante, creo q no existe nada q valga tanto la pena como esperar hasta que vuelva, yo haría lo mismo..

madame butterfly dijo...

me encantó tu escrito y la fotografia se asemeja de la manera mas hermosa al desierto que imaginaba.... sabes que el desierto caluroso no me gusta...

amo la nieve, el frio nacido de las montañas... los arboles nobles que se atreven a sobrevivr en esa hostilidad... amo el aire que corta la piel, y sonroja las mejillas... la frescura del viento
el sonido de los arboles meciendose...

creo que mejor me dedicaré a escribir algo poquito sobre mi desierto amado... pero esa es harina de otro costal...

felicitaciones

Unknown dijo...

me gustó el contexto de la historia, aparte de que siempre cuando las personas hablan del invierno me hacen que piense en él como una espera interminable. Tal vez la armadura mas resistente para soportar la impaciencia es una fé inquebrantable y saber reconocer las oportunidades de la vida.